lunes, 30 de julio de 2007

Periodismo Cultural

El periodismo cultural está desvirtuado. O así le parece a Gabriel Zaid, autor del artículo titulado, precisamente, Periodismo Cultural, para la revista Letras Libres. Cita a Fox en su ya clásico (y muchos dirían usual) tropezón discursivo al leer Borgues en lugar de Borges y creer que este error, esta falta de la más elemental formación literaria es una omisión por demás superficial y fácilmente olvidable. Pero no. Y es que estos tropezones, que poco podemos perdonar al hombre que gobierna un país entero, son compartidos por las publicaciones que se llaman a sí mismas “culturales”, convirtiendo la guarida del intelectual en un mero ejercicio de esparcimiento. La cultura carece ahora de un fiel escudero: que limite, cuestione, verifique, investigue e indague; que presente un producto de calidad y no de cantidad.

Lo irónico del asunto es que, probablemente, la cultura a medias abunda en México. No son pocas las publicaciones y los espacios que se vanaglorian del respaldo artístico e intelectual que las colocaría en un nivel exclusivo para consumo del lector/espectador culto. Pero no es así, porque su contenido es pobre, inverosímil, cuestionable y pretencioso. ¿México necesita más espacios dedicados a la cultura? No. Necesita que los espacios ya dedicados a la cultura se ocupen del público cultivado y lo que le interesa, no lo que resulta atractivo para el grueso de la población. ¿Elitista? Posiblemente, pero nunca se ha afirmado lo contrario: que la cultura (en su definición más elevada, por decirlo así) es accesible para todos los individuos de una sociedad. Lo injusto es, de hecho, que la minoría de una sociedad se conforme con productos hechos a medias, escritos por unos pocos cuyo juicio se limita a reseñas incompletas sobre eventos teatrales, artísticos o literarios. La cultura, bien lo dijo Zaid, merece el mismo respeto y consideración que la sección de sociales: un gusto esnob, banal y poco importante.

¿Pero cuál es la solución, entonces? El periodismo cultural nace de los colaboradores y de su prestigio, no tanto por el peso de su palabra, sino por la veracidad. Un proyecto virtualmente bueno de nada sirve si para rellenar las páginas y las suscripciones se echa mano de cualquier entusiasta comentarista, que asegure estar dispuesto a arriesgar lo indecible con tal de conseguir una opinión valiosa. Lo más escandaloso, sin embargo, es que en publicaciones regulares cualquier lector medianamente observador encuentre innumerables erratas: desde las típicas omisiones hasta las abominables faltas de ortografía (que, para desgracia de los esclavos de la gramática, abundan). Si los editores son incapaces de corregir este tipo de errores (inadmisibles en el mundo de la prensa, por ejemplo), nada puede esperarse del más avezado crítico cultural.

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