miércoles, 24 de octubre de 2007

Entrevista con María Polette Arzola López

María Polette Arzola López, una estudiante del séptimo semestre de Artes Escénicas con línea Terminal en Danza Contemporánea, se preguntó un día “¿Cómo puedo hacer algo por la escuela si la escuela no me está dando nada?”. Había solicitado una beca en la Universidad Autónoma de Querétaro, donde estudia, y se le dijo que no había dinero. A punto de graduarse y sin un proyecto definido, se le ocurrió escribir una obra que involucrara a la danza y a la ópera: sus dos primeros amores artísticos. Así surgió “Danzando Puccini”, acreedora al estímulo artístico otorgado por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes (IQCA).

“Tuve la necesidad de hacer algo porque ya voy a salir y no sabía qué iba a pasar. Me dije que era necesario ponerme las pilas para darme a conocer; entonces comencé a pedir consejos con gente que había ganado becas y me aconsejaron pedir el estímulo de 30 mil pesos que otorga el IQCA”. La obra, comenta, abarca 8 de las 13 óperas que el compositor italiano Giacomo Puccini escribió. “Son historias trágicas donde el peso lo lleva la mujer. La Vida Bohème, por ejemplo, son tres piezas: la primera es alegre; la segunda es sobre el sueño, el amor y la ilusión. La tercera es la muerte de la protagonista, que es el clímax”.

Arzola López, quien coreografió la obra completa y además la dirige, relata el proceso creativo: “Empecé a escribir ideas en el aire y ponerles coreografía. No quise meterme con la dramaturgia, porque la desconozco. Introduje, en cambio, algunos poemas de Lord Byron y de Becker porque expresan lo que yo quería decir, además de que no resultan confusos para que los actores los memoricen”. En ese sentido, explica, “me rodeo de gente que sepa del campo. A veces a los artistas nos gana el ego y queremos hacerlo todo, pero es importante pedir ayuda”. “Trato de buscar a gente que tenga ganas de hacer las cosas, que sea joven aunque no tenga experiencia. Invité a bailarinas y actores que apenas empiezan. Tienen ciertas tablas, pero no son ningún Jaime Blanc, ninguna Guillermina Bravo… Sin embargo, por algo se tiene que empezar”.

La obra, que se estrenará a mediados de noviembre en el Museo de la Ciudad, ha prosperado gracias el esfuerzo conjunto de todos los involucrados: “He trabajado muy bien con mi equipo, todos tienen una disposición que inyecta energía. Trato de que la esfera de trabajo esté equilibrada: les pregunto si se sienten cansados, si están enfermos, si han comido. A veces hay directores muy malvados, pero yo soy alumna y he sido dirigida. Por lo tanto, no exijo, sino que los trato como me gustaría que lo hicieran conmigo. No soy una dictadora: ellos están, a final de cuentas, ayudándome.

Voy con un término medio, avanzando lento pero seguro para que al final todo quede muy claro”. Y es que, para la coreógrafa y directora, “ya no es sólo mi proyecto, sino de todo el equipo”.

El apoyo de la facultad de Bellas Artes también ha sido decisivo para el proyecto, según relata Arzola López: “La coordinadora de la Licenciatura en Artes Escénicas, Alma Rosa Martín Suárez, nos ha echado la mano muchísimo: hace sugerencias, nos presta los salones para ensayar incluso los fines de semana, nos da permiso de llegar tarde a las clases. Ha sido una ayuda maravillosa”.

Aunque el camino ha sido pesado -ensayos los sábados y domingos, entre semana al salir de clases-, Polette Arzola está convencida de que los sacrificios han sido fructíferos en gran parte, también, porque han recibido apoyo de otras instituciones: el Museo de la Ciudad, por ejemplo, que les otorgó seis fechas en el foro de usos múltiples, con la iluminación incluida.

“En Bellas Artes se sufre mucho de falta de dinero y a veces los artistas tenemos que dar de nuestro propio dinero”, afirma. “En general, no hay espacios para ensayar danza”.

El camino de la joven directora y coreógrafa no siempre ha estado unido a la danza:

“Puede sonar extraño, pero la carrera me eligió a mí y yo me dejé llevar. Desde chiquita, pensé que lo mío era la música. Vengo de una familia de músicos, formados en el Conservatorio de la ciudad de México, donde hay uno que toca la flauta; otro la guitarra; otro el piano, etcétera. Siempre estuve encaminada a ello, pero hice el examen para la carrera de música y no quedé, aunque de alguna manera sabía que quería estar involucrada en el arte”.

Explica que entró al propedéutico de la carrera de actuación y fue ahí que algunos maestros le recomendaron entrar a la licenciatura en Danza Contemporánea. “Yo sólo había bailado en fiestas, pero me dijeron que tenía aptitudes. Entonces me dije que no tenía nada que perder”.

“Fue difícil al principio, me costó mucho trabajo. En esta carrera tienes que aprender a pensar con el cuerpo, aparte de con la mente. Fueron crisis conmigo misma para entender los mecanismos del baile, sobre todo si tienes un mal maestro. Pero, poco a poco, fui tomándole amor a la danza, que no a la técnica. En la escuela, comúnmente, te enseñan la técnica: cómo usar las herramientas del cuerpo, cómo mover un pie o la mano”.

De esta manera, el camino hacia la creación no fue incidental:

“Desde que hice mi primera coreografía me gustó mucho y supe que lo mío era crear. Hice una para el Foro Experimental de Danza, que se llevó a cabo en mayo en Cómicos de la Legua”. En la facultad les pidieron montar la coreografía, pero en su caso “todo fue muy claro, lo tenía en la mente desde el principio y lo curioso es que pude explicarlo y darme a entender con mis compañeros, así que terminamos muy rápido. Apenas acabó el foro quise hacer otras cosas de inmediato, no esperar a que llegara el siguiente”. La oportunidad llegó en la Semana de la Cultura, en Celaya, donde Arzola López coreografió una obra basada en la vida de Frida Kahlo que tiene, como directriz, la pintura Las dos Fridas. “Trata sobre su vida, sobre su amor por Diego (Rivera), por pintar; ella tenía muchas ganas de vivir y luchaba a pesar del sufrimiento”. El montaje lleva como protagonistas a dos bailarinas. Como utilería, un corazón; la música es de la banda mexicana Porter, la cantante Regina Orozco y un compositor queretano, Félix Huerta, de Bellas Artes.

¿Polette ha pensando en conformar una compañía?

“Todavía no lo sé, esas son palabras mayores. Requiere mucho trabajo y yo apenas estoy saliendo de la universidad, todavía no me siento preparada. Ganas hay, pero se necesita colmillo”. Además, la coreógrafa explica: “tengo muchos planes en mente: viajar, estudiar una maestría en Arte Contemporáneo, hacer un diplomado en Escenografía. Quiero ir a España, conocer otras técnicas de danza. Todo lo que me ayude es bueno. También quiero investigar sobre iluminación, vestuario, dramaturgia, música… no para ser una todóloga, sino para saber pedir las cosas cuando llegue un iluminador, por ejemplo, y entonces pueda explicarle qué es exactamente lo que quiero”.

Polette afirma: “siempre he creído que tienes que estar apasionado por lo que haces” y en su caso es cierto. Elegir a Puccini para una obra sobre danza tiene fundamentos en el hecho de que su primer amor haya sido la ópera: “Yo crecí escuchando la ópera Turandot o la Tosca y yo quería ser una bohemia y darles vida a estos personajes”. “Puccini siempre ha sido mi compositor favorito. Para todo mundo siempre son Mozart, Chopin, Beethoven, Tchaicovsky, etcétera. En cambio, las obras de Puccini son muy conmovedoras, aunque no hay relación con la danza, pero precisamente de ahí se puede sacarle el jugo”

“Puccini era muy popular en su época, pero gracias a la gente común que no sabía, porque a los críticos no les gustaba. Tiene óperas ambientadas en China, en Japón, en el Medio Oeste, en el Renacimiento y a cada una de ellas le da un enfoque particular, una gama de colores. Su vida me inspiró mucho, porque él fue muy liberal y apasionado por las mujeres. En pocas palabras: gozaba la vida”.

Respecto a la obra, Polette dice que “no hago esto para un círculo muy restringido de personas, ni para que los compañeros de danza lo vean, como es el caso en toda obra artística: los actores van al teatro, los pintores a las galerías, y los bailarines a los ballets. Yo lo hice para toda la gente, para que lo entendiera desde un niño hasta la señora que vende las gorditas”.

Y explica: “los artistas hemos estado relegados, es hora de salir y compartir lo que hacemos. Que se sepa que creamos, que esta es una profesión como cualquier otra en la que trabajamos de 8 a 8 y por lo mismo es igual de exigente”.

Danzando Puccini lo demuestra. Arzola López concluye: “Actualmente tengo terminadas todas las coreografías y ya sólo queda ensayar. Estoy muy satisfecha con los resultados. La obra es justo como la visualicé y logré que los actores y las bailarinas hicieran lo que yo quería. Siento que aunque soy joven e inexperta, estoy haciendo algo. A lo mejor me equivoco, pero de igual forma lo hago y trato de sacar lo mejor de cada situación. Me gusta bailar, pero más allá de eso: me gusta crear”.

Danzando Puccini:

Presentaciones:

13, 14, 20. 21, 26 y 27 de noviembre.

Museo de la Ciudad, Foro de usos múltiples, 8 de la noche, entrada libre con cooperación voluntaria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

buena, pero una correción: ¡¡Su nombre es MARIANA!!