En el filme Tú Ríes (‘Tu Ridi’), de los hermanos Taviani, se analizan dos historias, en contextos y épocas diferentes, unidas por la intensidad del mensaje: la risa. La primera de ellas, Felice, versa sobre la improductividad de una vida desprovista de todo sentido y propósito. Felice, otrora grande estrella de la ópera italiana, es ahora un barítono venido a menos que trabaja de contable en el teatro que alguna vez auspició su talento. Los recuerdos de su pasada gloria, la inminente amenaza cardiaca que lo aflige y su ahora trivial ocupación lo mantienen en perpetuo estado de apatía e indolencia hacia la vida. Felice es, sin embargo, un hombre sincero, un artista sensible y noble; ofendido ante la ridiculización de la dignidad humana. De noche y mientras duerme, a pesar de su amargada e insípida existencia, Felice ríe a carcajadas, sin advertirlo. Dos incidentes modifican e inciden en la decisión crucial que toma al final del relato: el abandono de su esposa y el descubrimiento del motivo de su risa. La ausencia de su esposa no es necesariamente un hecho de vital importancia para la historia (no tanto como, por ejemplo, la muerte de su mejor amigo), pero introduce el elemento de libertad –entendida como una carencia total de lastre en el curso de la vida de Felice. Ahora no tiene nada que perder, puesto que ya lo ha perdido todo. La familia es ya sólo un reflejo; el deber, la gloria y la felicidad también lo son. No hay motivo de risa ni de lágrimas: es libre. Cuando Felice descubre que las carcajadas nocturnas son el resultado de lo que, lúcidamente y despierto, le incomoda y le parece grotesco en grado sumo, decide que los últimos rastros de humanidad en él han muerto. Que él ya ha muerto. Como último acto –digno y glorioso, cual clímax teatral–, se propone dotar de sentido y honor la muerte de su mejor amigo (cuya influencia sobre Felice es, evidentemente, trascendental). Conservando su integridad intacta –e ignorándolo, por cierto– Felice obra de un modo épico, aún a sabiendas de que el suicidio está a la vuelta de la esquina. Sucede después que el destino, la casualidad o las meras circunstancias lo salvan. Ha resurgido una nueva e inesperada razón de vivir: Felice tiene la oportunidad de elegir su porvenir, de modificarlo a su antojo. Pero algo dentro de él se ha roto o, mejor dicho, al fin está en su lugar, después de muchos años. Ya no puede abandonarse a las eventualidades que surjan: el destino que él había elegido con anterioridad está ya trazado. No es impostergable, como se descubre mediante la historia avanza, pero sí ineludible.
La segunda historia, Dos Secuestros, toca temas inherentes al ser humano: el temor, la ignorancia, la esperanza, la traición y, ante todo, la muerte. Esta historia se bifurca en otra más: la primera está ubicada en
Es en esta última escena en que la película adquiere un sentido circular. El espectador ha experimentado toda clase de sensaciones y es sólo ahora que comprende el tormento de Felice y, más aún, el mensaje llano de los realizadores que, dada la complejidad y profundidad de ambas historias, no deja de ser atroz: la risa humana es grotesca. No tiene propósito, no tiene sentido y es, en cambio, absurda, brutal.
A menudo se desdeñan los aspectos fundamentales de una cuestión tan común y banal como la risa. Un gesto enteramente humano que, analizado desde cierta perspectiva, adquiere matices insospechables. En primer lugar, se descubre que la risa no es un acto universal: lo que a uno le causa gracia, a otro le resulta repulsivo. La risa es, luego entonces, subjetiva. En segundo lugar, la risa, como la comunicación, está condicionada por un contexto determinado. La risa parte de las experiencias, de la percepción individual, del humor, de la sensibilidad y susceptibilidad y, en general, de las circunstancias. Es una reacción inmediata a un cierto estímulo, como el temor y como cualquier emoción humana. En la historia de Felice, la risa se convierte en un acto indigno, dadas las circunstancias (Felice se turba al descubrir que su risa es en realidad una burla a lo que usualmente le ofendería: ha cruzado una línea moral). La risa, en la historia de los secuestros, no es explícita, no se encuentra como elemento temático. Esta historia es, sin embargo, interactiva con el espectador. Arranca provocándole una risa (escena que, según la percepción colectiva, es cómica) y, conforme avanza, va revelando detalles que restan toda comicidad al acto. La risa se convierte, eventualmente, en culpabilidad. Al final, la misma escena, bajo un contexto completamente diferente, es macabra y desagradable. El espectador, como Felice, descubre que su risa es indigna, que lo que alguna vez le provocó placer ahora se ha convertido en auténtica repulsión.
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