martes, 17 de febrero de 2009

Bon Voyage - Parte III


En la mañana, cuando aún Alonso y Andrea dormían, Amaia despertó para encontrar a Nico en la orilla de la playa, hablando con unos pescadores. Se había hecho muy amigo de dos de ellos, Maximino y su hijo Kevin Rafael, y lucía feliz y tranquilo. Amaia sintió esa nostalgia anticipada ante lo que está a punto de perderse, pero no dijo nada.
De pronto, sin embargo, tuvo coraje, mucho coraje. Miró el cuerpo larguirucho, adecuadamente bronceado, de Nico y luego pensó en su banda, en esa estúpida banda con un nombre tan tonto como “Los cerillos fugaces”, que sólo se había presentado en el Hard Rock una vez y cuyo próximo video ella había proyectado dirigir. No ahora.
O sí: se le ocurrió filmar un video intencionalmente abyecto y torpe, en el que Nico apareciera con los pantalones hasta los tobillos, bebiendo el líquido de un coco y con sombrero de paja. Pero eran sólo ideas, porque a éstas le sucedían otras: las iniciales de los cuatro sobre la arena, que no formaban ninguna palabra, ni siquiera un anagrama interesante. NAAA. ANAA. AAAN.
- ¡Amaia! –gritó entonces Nico, ajeno al caos que su cuerpo propiciaba. – Te presento a Kevin Rafael.
Amaia se apresuró a donde los pescadores departían, solícita.
Los pescadores la llamaron Amalia, hicieron un comentario sin mala fe sobre su peso y le escupieron baba al reírse. Amaia regresó a la tienda de campaña furiosa.
Nico reía.

✻✻✻

Por la tarde fumaron marihuana. Se tendieron en la arena. Intentaron formar una fogata, pero no tuvieron la pericia suficiente. De nuevo se tendieron en la arena, con las piernas abiertas y los dedos de los pies separados. El sol se ponía. No hablaban entre ellos, y su silencio era raro e incómodo por cuanto nadie comprendía el motivo de la tensión.
El viaje pacheco duró poco, y cuando se repusieron, ya de noche, recibieron una visita: se trataba de Daniela y su novio Luis Román, un profesor de teoría social de la UNAM con barbas blancas y una panza enorme que se le desbordaba de sus bermudas estampadas de palmeras. Nico lo odió apenas lo vio y se dedicó a soltar comentarios que él creía ponzoñosos, pero que no eran ni siquiera molestos, o mordaces. Sólo eran palabras de borracho, frases torpes acomodadas unas después de otras, intercaladas con groserías y términos como “rojillos de mierda” y “la izquierda es una mierda” y “la UNAM es una mierda”. Luis Román lo veía con genuina ternura, conmovido por su ignorancia ominosa. Daniela sólo lo ignoraba.
Pero Amaia veía, dilucidaba, interpretaba. Podía darse cuenta de la raíz del problema, del por qué Nico estaba tan incómodo y molesto, y le dolía. Así que, en venganza, se puso a hablar con Luis Román de ciertas adaptaciones de novelas a películas y por qué algunas, plasmadas en celuloide, le parecían más hermosas y valiosas que en el texto. Creía que esta conversación intelectual asustaría a Nico, o por lo menos lo haría sentirse excluido y un poco tonto.
Luis Román le prestaba atención sólo porque pudo darse cuenta, con un vistazo, de que se trataba de una gordita brillante.
En cuanto a Andrea y Alonso, el amor había llegado a un punto muerto. Había transitado por una carretera no del todo sinuosa, sino recta y tediosa, en cuya última caseta estaba la cuota final: incompatibilidad de caracteres. O, más propiamente dicho, dos soledades encontradas por conveniencia. El beso que se daban y que nunca terminaba, para asombro y fastidio de todos. O el sexo aburrido, silencioso, sin gritos ni gemidos, que ocurría a vista de Amaia y Nico sin que ninguno lo advirtiera: porque, por ponerlo de algún modo, así de divertido era.
Andrea estaba aburrida, en realidad. ¿Qué podía ofrecerle Alonso, además de la comodidad pequeñoburguesa que tanto detestaba? ¿Un crédito Infonavit, vacaciones pagadas, préstamos de caja Libertad para el enganche de un coche? (¡un Pointer, por el amor de Dios!). Además, ¿a qué desastroso y vergonzante nivel intelectual tendría que reducirse para poder conversar con él? ¿De qué tratarían todas las charlas sucesivas? ¿Cómo ponerse de acuerdo para ver una película? ¿Qué dirían sus amigos de este prospecto, vestido con Docker’s color crema y demasiado gel en el pelo? ¡Que alguien le haga el favor! Había sido tan ciega, tan tonta, había estado tan caliente como para advertirlo entonces. ¿Y ahora qué? ¿Qué podía hacer al respecto? ¿Cómo deshacerse de la plasta que se había echado encima?
Por supuesto, Alonso qué podría entender de estas poderosas razones. Para él, Andrea era la chavita cagada que usaba colores escandalosos en su ropa, terminaba todas sus frases con un güey, y cocinaba muffins de marihuana que repartía por todo su edificio. No era tonta, vamos, no era ni siquiera molesta: era la compañía perfecta de fin de semana, el depa al cual caerle luego de una peda de antología, la noviecita simpática que llevaría a los brindis de la empresa y luego mandaría en un taxi a su morada para largarse con el jefe a un table dance. ¿Y después qué? Pues después nada, la inevitable ruptura. La diferencia era que, para él, este momento estaba previsto dentro de un lapso mayor, digamos otros cuatro meses. El destino operaría entonces a su debido paso, tomaría la batuta del amor y le asignaría una muchacha más adecuada, una más discreta y más cultivada, una que de verdad apreciara el arte, una obra de teatro, una buena copa de vino, vamos: una mujer con la que de veras pudiera casarse.
En esto pensaban cuando Daniela se levantó de un salto (operación en la que salpicó de arena a todos los concurrentes) y propuso jugar póquer-de-prendas. Por qué no.

✻✻✻

Al finalizar la primera ronda, la pareja de franceses apareció casi mágicamente. Habían ido a cenar al pueblo, aún ostentaban un bronceado rojizo temible, y se presentaron como Geneviève y Jean Guillaume. Daniela les hizo espacio y los sentó entre ella y Luis Román, y Amaia y Nico.
Cincuenta minutos después, Nico estaba cubierto tan sólo con una trusa. Una trusa de la que, por cierto, todos tuvieron ocasión de burlarse -hasta los franceses, que decían que parecía un culotte de mujer. Luis Román había prescindido de las horribles bermudas estampadas, Daniela se había quitado la blusa; Alonso, los shorts; Andrea, todos sus accesorios (un par de aretes, ocho collares, quince pulseras, tres anillos y el falso piercing de su labio); Geneviève, la camisa y la falda; Jean Guillaume, las sandalias, y Amaia, en todo su esplendor, aún tenía puesto su traje de baño completo -negro, estampado con flores rojas- y un chal calado que le había tejido una prima. Era la triunfadora indiscutible.
- Eres lo máximo, estúpida -dijo Andrea, animada por las cinco cervezas que se había bebido en el transcurso del juego. Luego se volvió al francés y le espetó:
- A ver, Juan Memito, no te quedes atrás. Propón otro juego para divertirnos.
Finalmente, ligeros de ropas, jugaron a pasarse el as de copas con los labios, emocionados ante el pueril juego: el coqueteo con lo peligroso, lo inmoral, los excitaba como si tuvieran trece años otra vez y estuvieran escondidos tras los bebederos de su secundaria jugando al doctor.
Las parejas terminaron por besarse, cada una en un rincón, mientras Amaia y Nico se veían con ojos como platos, sin decirse nada. Después de todo, tras un acuerdo tácito en el que ella no había tenido mucha participación, ya no eran una pareja. O al menos eso es lo que daban a entender.
- ¿Estás aburrida? -preguntó Nico.
Amaia contestó que no, se cruzó de brazos y apoyó el mentón sobre sus rodillas recogidas. Nico se levantó, se puso frente a ella y le extendió una mano.
- Vamos a dar un paseo.

✻✻✻

Caminaron por toda la orilla, hasta donde la marea nocturna chocaba contra las rocas. Amaia estaba nerviosa, no quería hablar. Deseaba que ese momento se alargara indefinidamente, y se convirtiera en el territorio de la vida misma, en la circunstancia única y definitiva respecto a ella y Nico.
Él no estaba tan seguro. Tenía una certeza, desde luego, y era la de que ya no deseaba estar con ella. Al mismo tiempo, no obstante, no le costaba demasiado esfuerzo recordar cómo la veía cuando recién la conoció. Lo que opinaba de ella, lo que sentía cuando la tocaba, lo que pensaba sobre el futuro un tanto brumoso en el que ambos estaban envueltos. Y respetaba eso, tenía la firme convicción de serle fiel a esas pocas semanas juntos, semanas que pudieron haberse alargado, pero que inevitablemente habrían conducido al mismo lugar. La separación era inminente, previsible, semanas o meses antes, semanas o meses después. El viaje había sido el punto de inflexión, quizás demasiado apresurado, que le había hecho tomar una decisión irrevocable.
Así que comenzó por el lado equivocado:
- Amaia: yo te quiero muchísimo…
Estas palabras, pronunciadas en tales circunstancias, surtieron el efecto contrario. Amaia sabía qué significaban: no eres tú, soy yo. Palabras condescendientes, huecas, manidas, que en el fondo gritaban: no es cierto, sí eres tú.
La chica gordita, la chica que solía proclamar que ella era muy segura de sí misma, que no necesitaba las bondades de un cuerpo escultural cuando podía disfrutar las de una mente prodigiosa, la que pensaba en dietas que nunca llevaba a cabo y proyectaba ejercicios que nunca culminaba, la que había decidido, a una edad temprana, dedicarse a labrar el intelecto en lugar del físico, la muchacha sensible, orgullo de su generación, hija pródiga, amiga irreprochable, ejemplo de su colonia, documental en Cinépolis, talla trece, mirada hermosa y transparente… La chica que no hace poco Nico besaba en una fiesta, con la ciudad a sus pies, se transformó en un monstruo de lágrimas e improperios en una fracción de segundo.
Nico sabía que la naturaleza de Amaia la conduciría a una escenita, pero no estaba preparado para el espectáculo que sus ojos horrorizados, incrédulos, presenciaron esa noche frente a las rocas que contenían la marea. Los ojos inyectados, rojísimos, furibundos, desconocidos. La voz gutural, cruel, vulgar por momentos: las groserías se multiplicaban como larvas, abrían paso unas a otras, se engendraban de la nada o conducían a otras, nuevas, que Nico jamás había escuchado.
Él escuchó todo en silencio. Dejó que ella se explayara, que sacara toda la contaminación y se drenara por dentro. Así fue: la tortura no duró poco, pero cuando por fin terminó, fue tajante y rotunda. Amaia había dicho lo que tenía que decir, que no era mucho: reclamos genéricos, ordinarieces de poca monta, acusaciones homosexuales, burlas sobre una futura disfunción eréctil, autoconmiseración humillante y flagelación en carne viva. Creía que iba a estar sola hasta el día en que la encontraran muerta en su departamento de soltera, sesentona, rodeada de gatos. Nico no la contradijo, aunque no lo creía sinceramente.
Después caminaron de regreso al campamento. Los dos franceses habían quedado como muertos a la intemperie, ahogados de borrachos. Daniela y Luis Román se habían ido. Andrea y Alonso se besaban por última vez.

✻✻✻

Muy temprano, al día siguiente, llegó el salvador: “Fernando” había manejado durante cinco horas desde el Distrito Federal hasta los confines cuasi-vírgenes de Maruata, para recoger a su amiga y hermana. La llamada recibida la noche anterior lo había dejado preocupado y temeroso, así que manejó. Sin propósitos ni explicaciones. Era un caballero, un caballero homosexual actor de telenovelas de Televisa, producciones de época, galán elusivo que no aparecía en la TvNotas, y que adoraba realmente a Amaia. La protegía como una madre al cachorro, con el mismo sosiego, el mismo cariño desinteresado, el mismo temor de encontrar al protegido cubierto de heridas provocadas por la propia garra.
“Fernando” no estaba equivocado: le pareció que Amaia había bajado diez kilos desde la mañana en que salió de su departamento cargando un morralito con bloqueador solar y cuatro trajes de baño. Feliz, entonces. Desgraciada, ahora.
La tomó por los codos y la condujo al automóvil. La pobre se dejó hacer, como un enfermo mental sin fuerza ni voluntad. Antes de partir, Andrea se acercó al actor de telenovelas y le preguntó si no tenía espacio para otro ocupante. “Fernando”, galante como siempre, le aseguró que ella y sus amigos eran absolutamente bienvenidos.
- No te preocupes: sólo sería yo.

✻✻✻

Nico y Alonso pasaron un par de días más en Maruata. Jugaron volibol con un grupito de graduados de universidad que tenían un bungalow rentado. Bebieron cerveza hasta vomitar. Fumaron marihuana y rieron hasta que las costillas les dolieron. Hablaron mucho, sin interrupciones, sobre cómo la vida había cambiado tanto para ambos, desde los rezos matutinos, las misas de los viernes, las calificaciones de álgebra, los laboratorios de biología; en fin, la vida de preparatorianos cristianos y de buena familia que compartían cuando se conocieron. Nico acabó por confesarle que perdió su virginidad con la Nena, una gorda de quinto semestre que era muy querendona y popular en su barrio.
- Seguro de ahí viene tu gusto por los cuerpos enormes.
- Seguro. Me gustan las gordas porque son más auténticas, más ganosas, más entronas para todo. Y porque siempre dan el 110% en cualquier cosa que hacen. Seguro sienten que si no dan todo su esfuerzo no valen nada.
- Mientras aplique para el sexo también, está de poca madre.
- De poca madre, sí.

✻✻✻

Amaia se recuperó, a la larga. Llegó a comprender que no había sido malo después de todo, que al menos había sido la novia oficial de un rockero por tres semanas completas, y a partir de entonces no dejó de mencionar el dato en las reuniones y cocteles a los que fue invitada.
Alonso encontró una chica que apreciaba una buena copa de vino, una buena conversación y una buena salida al teatro. Se llamaba Cristina, graduada de Contaduría, y vestía en Suburbia.
Lo curioso, lo hermoso de la historia es lo que sucedió al final con Nico y Andrea. Amigos por la proximidad de sus chozas de sesenta metros cuadrados, afines en los gustos poco ordinarios (“fuera de lo común” es una expresión un poco vieja, ¿no es así?), condechis orgullosos de serlo, marihuanos no confesados, adeptos a las cantinas de mala muerte por encontrarlas decadentes, empleadores malogrados del concepto kitsh y, en resumen, almas gemelas sin saberlo… se miraron con sorpresa dos días después de la llegada de Nico a la ciudad.
Al abrir la puerta, al mirarla adentro, sin decirse nada, sin comunicarse gran cosa, Nico vio a la mujer que era Andrea y Andrea vio al hombre que era Nico. Compartieron un gallito y se sintieron en las nubes, sin decírselo, sin gritarlo al mundo, hasta que poco a poco pudiera dibujarse el boceto de un amor. Del eterno viaje sin retorno y de por vida al destino llamado A.M.O.R.


FIN


6 comentarios:

Uvé dijo...

No es cierto. Así o más cursi lo pudiste terminar. Tu puedes dar más que esto. En verdad pensé que darías la vuelta de tuerca. Se trata del viaje, del viaje.

Como te dije en la primera parte: es muy enfático y te pierdes en las descripciones. Nos cuentas muchas cosas de los personajes pero nos contaste poco de la historia, que a final de cuentas una historia es la que te va llevando a dar los detalles de tus personajes.

Igual que en cada entrada de tu blog, las palabras fluyen y no tengo problemas para entender lo que quieres decir.

No es mala onda, pero de verdad si pensé que le darías la vuelta. Los franceses si no están en la historia no pasa nada. Cuando dices que la gordita es brillante no me lo dice la historia.

Buen intento, pero siento que te faltó compromiso para pensar que si Tú fueras un personaje de Bon voyage no permitirías que regresara por ti un jotito de novelas.

Igual si te quieres desquitar también acabo de subir un cueto en mi blog (también cursi).

Saludos

Aquiles Digo, antes Jordy dijo...

Lilián: Escribo con sinceridad y asombro por igual. Tu prosa es excelente, la redacción también, pero eso ya lo sabemos. Yo creo que sí hubo un intento de "vuelta de tuerca" al final, pero no fue nada espectacular. Coincido con Israel V.R., algo faltó y/o algo sobró. El cuento crece cuando narras los conflictos de los personajes y aventuras escenarios posibles de desenlace ("ohhh, ¿qué pasará con Amaia?"), pero cae cuando abusas de detalles aparentemente irrelevantes ("¿Daniela sentó a los franceses entre quién y quién?"). En fin, creo que sí es la mejor parte y que hay muchas escenas realmente interesantes. Los conflictos mentales de los personajes son cercanos, bien tratados y mucho mejor descritos. El final... mmmm... ¿Andra y Nico? Bueno...

Toñi.co dijo...

Interesante blog.

Simple Poeta+ dijo...

me agrada tu estilo... sencillamente podría amarlo

Unknown dijo...

CUUUUURRSSSIII cursi lilian, bye.

Unknown dijo...

te he dicho que soy intelectual y ando algo aburrido aunque mi mente esta aturdida por que acabo de terminar de trabajar en mi libro me cansa haha es graciso que escriba bien dado la hora