domingo, 26 de agosto de 2007

Muse en el Palacio de los Deportes: la musa inspiradora en concierto

Según el diccionario de María Moliner, una musa es la “personificación de algo que se supone que inspira a los poetas y artistas sus creaciones”. La definición es adecuada para Muse, la banda británica que el 12 de abril se presentó con un lleno casi total (y sorprendente sin duda) en el Palacio de los Deportes, pues su música es acaso más que una expresión de arte: es también inspiración y punto de partida, es reflexión y potencia, es intensidad y perfección en la ejecución musical.

“Take a bow” fue el pretexto para que tres tipos discretos y sin mayor parafernalia irrumpieran, con un vigor y una fuerza extraordinarios, en un espacio que para su calidad se antoja pequeño. El Domo de Cobre, tan útil para conciertos multitudinarios y tan mediocre en cuestiones de acústica, apagó sus luces para retumbar a lo grande, mientras en algunas filas de las gradas la gente aún se movía y buscaba su lugar. Pero de pronto la oscuridad y con ella el estallido de esa música que en Muse no encuentra clasificación. Matthew Bellamy (voz, guitarra, teclado y piano), Christopher Wolstenholme (bajo eléctrico, teclados) y Dominic Howard (batería) fabrican un sonido alejado de las corrientes musicales de la época, con lo que con sólo cuatro discos de estudio han logrado una reputación consecuente y la justa definición (quizá una de las pocas bandas del mundo que la merecen en realidad) de banda alternativa: del heavy metal más potente y pegajoso a las melodías clásicas de Tchaikovsky y Rachmaninov, de teorías de conspiración dignas del excéntrico genio musical que Bellamy es a la belleza casi inhumana que el trío imprime en cada canción.

La Musa prende a su público como ninguna en su primera visita a México. Como muestra de gratitud, éste se vuelca fervoroso con los acordes de “Supermassive black hole”, “Map of the problematique” o -por supuesto- “Starlight”, de su último disco Black holes and revelations. El concierto parece ir en crescendo, pues cada canción tiene más fuerza que la anterior. De “Hysteria” a “Butterflies and hurricanes”, de “Sing for absolution” a “Citizen erased” y “Sunburn”, los tres británicos complacen lo mismo con cortes de sus discos anteriores (Showbiz, Origin of Simmetry y Absolution) que con los desprendidos del Black holes…, cuyos tintes entre extraterrestres y apocalípticos cayeron por sorpresa a muchos seguidores a mediados del año pasado, cuando fue lanzado mundialmente.

Con una pantalla dividida en secciones verticales que proyecta imágenes medio surrealistas, medio genéricas y medio estrambóticas, Muse acompaña cada canción de su propio universo particular. Desde las naves semi-futuristas del Battlestar Galactica a multitudes enardecidas de todas las partes del mundo que se levantan en protesta en “Invincible”. Sin un juego de luces elaborado, pero apoyados en las figuras coloridas a sus espaldas, Bellamy, Wolstenholme y Howard dominan el escenario y, más aún, dominan el palacio entero. Resulta llamativo el espectáculo, por ejemplo, del atril donde la batería reposa: un medio círculo con los bordes convertidos en un fanal horizontal en colores pastel. Pero más llamativo aún resulta que estos tres inglesitos elegantes y hasta flemáticos hagan tanto ruido y de esa forma. Que logren conmover a un público situado a años luz de distancia de su propia cultura y entorno, que hagan cimbrar una arena construida para albergar casi veinte mil almas. Pero lo hacen y con la mano en la cintura. Lo que es más: se dan el gusto de bromear y conversar con su público. Bellamy, todo de negro y abstraído en su propia actuación, hace un esfuerzo considerable por hablar en un español chapucero que arranca las carcajadas a sus oyentes. En un momento dado, pide que todos saquen sus encendedores y celulares antes de tocar “Soldier's poem” y con ello logra una de las cúspides del concierto, tanto por lo emocional como por lo exitoso de la convocatoria. En otro momento, casi al final, se desprenden globos gigantes de un costado del escenario, que son recibidos con algarabía por las filas delanteras: al romperse despiden confetis y adornan con su inmensidad la pista entera, convertida ahora en un campo de volibol gigante.

Lo sorprendente de Muse, sin embargo, no es la temática de sus letras ni el ánimo conceptual que rige sus conciertos, sino la fidelidad con que reproducen y magnifican el sonido de estudio. La voz de Matthew, prodigiosa en muchos sentidos, se abre poco a poco en una interpretación impecable, de una intensidad que produce escalofríos. Y, además, la compenetración del trío es también notable: Wolstenholme y Howard tocan con un acoplamiento casi milimétrico. El trío en su conjunto supera sus álbumes en concierto: esto es obvio desde la primera nota en “Take a bow” hasta el momento en que hacen saltar a la concurrencia entera con “Time is running out” o cuando encienden los motores con “Stockholm syndrome”. Un recorrido sin escalas por ese mundo politizado y bañado en ciencia ficción, hermoso y terminante, que Muse ha construido desde que, aún adolescentes, se juntaron para formar una verdadera banda de rock & roll.

Dos encores, veinte canciones, el acompañamiento de un trompetista en “City of delusion”, algunas frases terriblemente pronunciadas, un público enardecido que no se cansa de corear y reconocer las melodías de la musa y lo que quizás podría definirse desde ahora como el mejor concierto en lo que va del año, Muse cierra su espectáculo (porque sí, no podría llamarse de otra forma al concierto magistral que ofrecieron ese jueves doce) con una canción monumental, un himno apoteósico: “Knights of Cydonia” se convierte en el candado que cierra con perfección un camino sinuoso, atractivo y potente. Mientras sus seguidores gritan, convencidísimos, aquello de No one's gonna take me alive, the time has come to make things right, you and I must fight for our rights, you and I must fight to survive, afuera está por llegar un temblor que, en magnitud, no podría compararse con Muse. Porque la inspiración, hija lógica de las musas del Parnaso, tiene una cara y viene en forma de tres sujetos que hacen música inclasificable, pero hermosa. Hermosa y potente.

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