viernes, 23 de enero de 2009

Bon Voyage


Nico, Andrea y Amaia vivían en el mismo edificio, en la calle de Veracruz. Se trataba de una construcción antigua, de los años 50, con pisos de parquet descuidados y azulejos verde ocre en las cocinas diminutas. Había un patio común, donde se reunían involuntariamente todos los inquilinos: en el edificio de la calle Veracruz habitaban actores de Televisa, escritores becados por el Fonca, periodistas de La Jornada y Letras Libres, bailarines, directores, representantes del rock en tu idioma... Para no ir más lejos, Nico tenía una banda llamada "Los cerillos fugaces", Andrea diseñaba una revista literaria y Amaia era una cineasta brillante.

En una fiesta tres calles abajo, Nico se apareció con Alonso. Eran amigos desde la preparatoria, y aunque sus vidas se habían bifurcado apenas conocieron la independencia, procuraban juntarse a menudo y contarse de qué trataban sus vidas. Nico siempre ganaba: aunque su fama era más bien local, y era evidente que su talento musical se reducía a unos pantalones de cuero que le llegaban a la cadera, sus anécdotas tenían como común denominador el sexo, las drogas y el alcohol. Alonso, en cambio, trabajaba como contador en un emporio de Interlomas. Sus conversaciones giraban en torno a la culona de Finanzas, el culero de Sistemas y la enculada de recepción. Pero se querían, como amigos, y pasaban de largo sus diferencias intrínsecas en pos de la fiesta y "el desmadre". Se consideraban "desmadrosos", les gustaba repetir la palabra, y no entendían por qué la gente los miraba como si fuera el año 2008 y ellos usaran atuendos del 2007. Temporada pasada: entes indeseables.

Amaia y Andrea, que eran vecinas inmediatas y trabaron amistad progresivamente, tenían mucho en común: ambas consumían marihuana en cantidades ingentes. En lugar de tocar en la puerta de al lado para pedir una tacita de azúcar, lo suyo era apelar por la bachita sobrante y fumársela en compañía. Qué mejor forma de romper el hielo que reír como taradas durante dos horas y mientras miraban un pedazo de tela colgando de la ventana. Además, llegaban a pie a todos lados. No había fiesta a la que no acudieran, ni reunión en la que no se aparecieran subrepticiamente y sin ser invitadas.

Aunque... Es necesario acotar que Andrea, más que guapa, era una muchacha con mucha personalidad. Tenía unos ojos muy expresivos, que en las fotos la hacían lucir muy inteligente. Se cortaba el cabello ella sola y tenía un flequillo muy corto que le daba un aire retro (o vintage, en sus palabras) y extraño. Era atractiva, pero su atractivo residía en otra parte: en la ropa que se ponía (de colores vivos y texturas extrañas), los gestos que hacía o las palabras que decía.

Amaia, en cambio, era bonita... pero gorda.

- No eres gorda, sino rellena.

Le dijo Andrea una vez, sentadas sobre el parquet en torno a un pastel de mota que habían compartido con todo el edificio. Luego se rieron durante exactamente treinta y ocho minutos, sin motivo.

Amaia sabía que era gorda, pero no le importaba. Era brillante. Era cineasta. Había hecho un documental que se exhibía en un Cinépolis de la delegación Álvaro Obregón, y eso era lo importante. Podía hacer lo que quisiera con su vida: conseguirse una liposucción, incluso. Así que no importaba que fuera gorda, siempre que fuera brillante. Y ella estaba segura de serlo.

En la reunión tres calles abajo, Amaia y Andrea bailaban "La isla bonita", absortas.

- Me encanta esta canción. No me puede encantar más -repetía Andrea, envuelta en un baile profundo y ensimismado.

Amaia la imitaba y asentía. "Sí, es preciosa, es preciosa". Cuando se acabó la canción, obligaron al anfitrión (un publicista amargado que no las había invitado) a ponerla de nuevo. Esta vez Amaia cayó exhausta en un sillón.

Nico, que bebía cosmopolitans cerca del baño, la observó. Perdido en la dulce embriaguez de su bebida para maricas, como la había descrito Alonso antes de beber dos litros de cerveza de barril, empezó a encontrar una belleza exótica en Amaia. Empezó a imaginar cómo sería desnuda y si es verdad que las gordas son más cachondas que nadie.

Esa noche, Nico y Amaia se besaron hasta perder el conocimiento en una recámara. Tenía unos ventanales inmensos y a través de ellos veían la ciudad. Todo lucía estático, feliz. Amaia le preguntó si no era maravilloso vivir. Ahora. En este preciso momento.

Nico no supo qué responder y se levantó a orinar. Al salir del baño, Amaia lo esperaba con una sonrisa idiota en la cara.

- ¡Estúpidaaaaa! -gritó una voz borracha, femenina, desde el otro extremo de la habitación.

Era Andrea, con una boa de plumas atada al cuello. En una mano, con prodigiosa habilidad, sostenía un cigarro y una cuba. Con la otra formaba olas en el aire, como si estuviera partiendo el aire con los dedos.

Nadie sabía (ni tendría por qué saber) que Amaia y Andrea se decían estúpida de cariño. Eran excéntricas -querían ser excéntricas- y la palabra les parecía simpática, por qué no.

Andrea trastabilló, derramó centilitros de cuba sobre la duela y tosió por las plumas del trapo que se había encontrado en las escaleras. Amaia enrojeció violentamente.

- ¡Estúpidaaaa! ¡Te presento a Nico!

Andrea señaló a Nico con la punta del dedo. El rockero en tu idioma se quedó inmóvil, como si estuvieran representando una obra cuyo guión no le había llegado por correo. Le extendió la mano a Amaia y dijo "mucho gusto", sintiéndose muy tonto al hacerlo. Amaia le correspondió y lo vio a los ojos con extrañeza, casi con decepción, como si se preguntara por qué habría de seguirle la corriente a una borracha que recogía prendas olvidadas en el piso.

- Seguro se van a caer muy bien -predijo Andrea, y luego se dio la vuelta y vomitó sobre la mesa: un vómito ambarino con pedacitos rojos; como un panqué de frambuesas.

Al amanecer, Nico, Amaia, Alonso y Andrea se comían unos tacos al pastor con Coca-Colas. Andrea estaba cruda y le puso mucha salsa roja a los suyos. Alonso no quería ensuciarse el traje, así que se colocó una servilleta de papel en el borde de la camisa. Nico los miraba a todos mientras le sostenía la mano a Amaia por debajo de la mesa y pensaba que tal vez, no entendía por qué no, era maravilloso vivir. Ahora. En este momento.

✻✻✻

Dos semanas después, se encontraban todos muy cómodos en sus respectivas relaciones. Alonso y Andrea, a pesar de tener personalidades tan disímbolas (o más bien, a pesar de que Andrea tuviera mucha personalidad y Alonso casi nada), congeniaron a la segunda Coca-Cola. Su relación era muy ligera, como esos yogurths que hacen que vayas al baño más seguido.

- Cero complicaciones, güey -dijo Andrea, convencida, y luego fue por harina para preparar más muffins de marihuana.

Amaia estaba muy de acuerdo. Ella, en cambio, se sentía muy enamorada de Nico. Tan hermoso, tan etéreo, tan inalcanzable, tan pantalón de cuero a la cadera. Era todo lo que una mujer gorda, pero brillante, podía desear.

Amaia vivía con un actor de telenovelas, que era homosexual. Dolorosamente homosexual. Algunas compañeras actrices, que por su anuencia sexual vivían ahora en fraccionamientos lujosos al sur de la ciudad, odiaban trabajar con él por las trabas que el sujeto anteponía a la hora de las escenas "candentes" o "subidas de tono".

- Si beso, sólo con los ojos cerrados. Y no quiero que me hagan close-ups. Y Carlita, o sea, por favor: que la escena no dure más de un minuto.

Pero Amaia lo quería. El tipo tenía un buen corazón en el fondo, y además era lo suficientemente conformista como para seguir viviendo en un edificio casi derruido en la Condesa y compartir la renta. Era homosexual y era sincero. Y en cuanto se enteró que Amaia estaba de novia con Nico, casi sufrió un infarto.

- Bárbara -fue todo lo que dijo.

El tipo (llamémosle "Fernando") era homosexual, pero no afeminado. De hecho, era bastante varonil. Las conductoras de programas de chismes decían "¡es tan guapo!", mientras dejaban ir dos suspiros -uno sincero, el otro nada más para verse bien.

Fueron días buenos. Había constantes reuniones bohemias en el edificio. Una bailarina enloquecida solía salir todas las madrugadas a gritar que se iba a morir y que ya no aguantaba más. Lo único que deseaba era que algún vecino le marcara a su ex novio con notoria preocupación, y después endilgarle la escenita a él. Todos la querían mucho.

Al término del primer mes, en que la vida en la ciudad de pronto se antojó aburrida y monótona, Nico tuvo la mejor idea de su vida. Estaba sentado en una silla, con las piernas abiertas, el torso desnudo y una cerveza oscura en la mano. Al principio, sólo miraba el piso. De pronto, levantó la cabeza y abrió los ojos desmesuradamente. Andrea y Alonso se besaban en el sillón: el mismo beso húmedo y de tres movimientos una y otra vez, como un disco rayado. Ni se cogían ni se detenían: sólo se besaban. Amaia, en cambio, estaba sentada junto a Nico y lo veía arrobada, enamoradísima, como si él fuera la representación carnal de la Belleza y el Honor.

- Vámonos a la playa. Vámonos a Maruata. Vamos a acampar a la orilla del mar.

Amaia, casi instintivamente, aplaudió emocionada.

- Qué idea tan excelente, ¡vamos! -dijo, como una niña a la que le dicen "te invito a la fábrica de dulces y a la casita particular de Santa Clós".

Andrea y Alonso, que interrumpieron el beso número 79, movieron la cabeza afirmativamente, casi sin emoción, y continuaron besándose.

Dos semanas después, los cuatro se subieron a un vocho 1992, equipados con un disco de Gustavo Cerati y los poemas de Paco Stanley, que Andrea consideraba cagadísimos.

✻✻✻

(primera parte de... varias. No sé cuántas)

7 comentarios:

Pelo dijo...

Me tienes gratamente sorprendida, muchacha. Qué manera de escribir, qué frases, qué puntadas, qué ritmo. ¿Dónde puedo conseguir tus libros, caray? No pude dejar de leer hasta terminar y ya quiero ver la siguiente parte.

Usted es una chingonería.

Uvé dijo...

Aunque nadie me lo pidió, y como se que seguramente para ti esto es algo serio te digo que:

Tienes un buen manejo de ortografía, lo que hace entendible lo que dices, pero resultas muy muy enfática y le restas fluides a tu texto, además te pierdes mucho en personajes que no te están aportando nada a lo que de momento quieres contar (como el homosexual o la bailarina) (aunque probablemente después los retomes).

También estás siendo muy descriptiva.

Te recomiendo que hagas en unas cuantas líneas un trazo de lo que quisiste contar y que dejes descansar el texto un mes, si después de ese tiempo crees que lo que escribiste corresponde a tu plan, soy un gran pendejo o estás enamorada de tu texto.

Casi no caes en lugares comunes, aunque también no hay mucha literatura.

Ya identificaste esas fuerzas antagónicas que harán la fuerza de tu texto?

Suena a que va a ser algo bueno, así que...

No le apliques el método "Flojeo/aprieto", por que te va a salir un texto "Flojeo/aprieto".

Saludos metiches

Blue4 dijo...

Lindo cuento... lo seguiré.
Se dicen "idiota" o "estúpida"?

El R. dijo...

Me recordó a los cuentos del Rey Criollo o las novelas de José Agustín.

humberto acciarressi dijo...

Andaré por acá más seguido. Días atrás estuvimos de gran charla con el amigo Roncagliolo, a quien veo que con gran justicia pusiste entre la gente inteligente. Justo estuvimos conversando sobre blogs y libros, referido a algo que estoy escribiendo. Bueno Lilian: como siempre un saludo muy cordial desde Buenos Aires.

la ruta de la sabrosura dijo...

ah ! pudo haber sido chacahua o isla michigan !
necesito una bachita para volver a agarrar valor, subirme a un vocho y emprender vuelo !

el vico dijo...

HOLA LILIAN
Me tienes absorto en la lectura. Me encanta tu estilo, creo que más allá de técnicas literarias y análisis sintácticos, cautivas al lector, haces que uno sienta que está viviendo esa experiencia.... (pregunto lo mismo que Pelo: ¿dónde puedo conseguir tus libros?) Felicidades en verdad que buena escritora eres.... Saludos